Mi experiencia en la ruta hacia el hospital de Sant Joan de Déu
Volvía a Vilassar después de dejar a un cliente en Mataró. Me alegró el trayecto, ya que era una persona que le encantaba contar chistes, y me hizo reír en más de una ocasión; tenía mucha gracia como los contaba. Giro en la calle y recibo una llamada. Se nota muy nerviosa a la mujer que me habla y me pide que me dirija a su calle lo más rápido posible porque su hermana se ha puesto de parto y, aunque pensaba que podía, se encuentra muy nerviosa como para conducir y llevarla al hospital.




Tardo pocos minutos en llegar. Me encuentro con una mujer embarazada, arqueada hacia delante, apoyada en un coche y gritando de dolor. Otra mujer salía corriendo de un edificio con una bolsa grande en la mano y parecía nerviosa. Se acercó a la mujer embarazada y se notaba que quería ayudar, pero no sabía cómo, así que aparqué el taxi como pude y me acerqué a ambas mujeres dispuesto a ayudar en todo lo que fuese posible.
Me explicaron que necesitaban ir al Hospital Sant Joan de Déu, pero que las contracciones eran cada vez más fuertes y a su hermana le costaba entrar en el coche. El marido de la joven estaba trabajando y, a pesar de que le habían avisado de lo que estaba ocurriendo, aún no había llegado.
Fui a mi taxi y lo paré justo al lado de la joven para que no tuviera que caminar mucho. La ayudamos a entrar en el asiento trasero. La hermana corrió por el otro lado del taxi y subió sin pensárselo mucho. Antes de volver al taxi, me di cuenta de que habían dejado en el suelo una bolsa de tela grande. Me imaginé que serían las cosas que la joven embarazada iba a llevar al hospital y que, en medio de todo aquel caos, se les había olvidado cogerla.
Metí la bolsa en el maletero de mi vehículo y confirmé de nuevo con ellas el hospital al que íbamos a ir. No quería equivocarme y llevarlas a uno diferente. Ambas asintieron y, sin más esperas, puse el taxi en marcha.
Les pregunté sus nombres, para crear cercanía con las pasajeras. Era un momento intenso y quería conocerlas para poder ayudar a calmarlas. Se llamaban Marta y María. Mientras volvían las contracciones, escuché a Marta llamar a su cuñado para avisarle de que ya no estaban en casa, que un taxista había pasado por allí y que las llevaba dirección al hospital. Le repitió varias veces que estaba nerviosa y que su hermana tenía contracciones muy seguidas. Le pidió que fuese lo más rápido posible hacia allá.
Colgó y, mirándome a través del retrovisor, me dijo que ya iba hacia el hospital. Su hermana volvió a gritar. Saqué un pañuelo blanco por la ventanilla del coche y comencé a dirigirme al hospital lo más rápido posible.
—¿Es el primer bebé? —pregunté para generar un poco de conversación y calmar los nervios.
—¡Sí! —gritó María entre las contracciones. Miré a través del espejo retrovisor y pude verla con los ojos cerrados, con cara de dolor y echando su cabeza hacia atrás.
Su hermana le sujetaba la mano e intentaba tranquilizarla respirando profundamente con ella. La tranquilidad venía cuando la contracción pasaba.
Marta me explicó que su hermana ya llevaba varias horas con las contracciones. Las había notado por la mañana muy espaciadas, pero no le quiso dar mucha importancia porque era el primer bebé y suelen decir que tardan mucho en ponerse de parto. A media tarde ya avisó a su hermana de que las contracciones eran cada vez más intensas y, como viven cerca una de la otra, fue a su casa para que no estuviera sola.
Y ahí estábamos, viviendo todos un momento de película. Aún ahora, cuando lo recuerdo, me cuesta asimilar todo lo que pasó en un momento, y eso que ya hace varios años de lo ocurrido.
Me cuesta asimilar todo lo que pasó en un momento
Llegamos al hospital. Es curioso porque me dio la sensación de que fue uno de los viajes más rápidos que he hecho nunca. Por fin, estaciono el coche en la puerta de urgencias y veo a un hombre joven que viene corriendo hacia nosotros. Es el marido, que logró llegar a tiempo y viene a ayudarla a salir. Abro la puerta del taxi, me dirijo al maletero para sacar la bolsa y dársela a la hermana de la parturienta.
En unos segundos, o eso me pareció porque todo iba muy rápido, veo entrar a Marta en el hospital y poco después la vuelvo a ver salir acompañada de un celador que trae una silla de ruedas. Todos entran en el hospital, las puertas se cierran, vuelvo a mi taxi para continuar y no puedo evitar desearles que todo vaya bien.
Al día siguiente, recibo una llamada. Es Marta, que me da de nuevo las gracias y me cuenta que todo salió bien, que tanto la madre como el bebé se encuentran perfectamente. No pude evitar alegrarme por ellos. Ahora, desde ese día, tenemos a dos clientas que nos contactan siempre para ir a cualquier destino; son como de la familia.